Un importante problema al que se enfrentaron los pioneros de la revolución tecnológica fue el de solucionar la forma en la que interactuarían los hombres con los ordenadores y, consecuentemente, se dedicaron y aún se dedican muchos esfuerzos por parte de científicos e ingenieros a estudiar y diseñar las mejores soluciones.
Los gráficos por ordenador nacieron de la utilización del tubo de rayos catódicos y de las primeras utilizaciones del lapiz óptico. Eso llevó al desarrollo de técnicas pioneras para la interacción persona-computador. Muchas de éstas datan de 1963, año en que Ivan E. Sutherland escribió el programa «Sketchpad» el cual marcó el inicio de los gráficos por ordenador. Desde entonces hasta ahora se ha continuado trabajando en este campo, creando y mejorando algoritmos y hardwares que permiten mostrar y manipular objetos con mucho más realismo con la finalidad de conseguir gráficos interactivos.
Gracias a pioneros que soñaron una simbiosis hombre-máquina (Licklider, 1960), o buscaron la forma de aumentar el intelecto humano (Engelbart, 1963) se pusieron los cimientos de la interacción persona-ordenador y se inventaron algunas soluciones que, aunque hoy nos resultan absolutamente cotidianas, no eran evidentes en absoluto. Tal sería el caso del ratón (Doug Engelbart), o el escritorio con ventanas, iconos, punteros… etc.
Tan importantes resultan estas soluciones al problema de la interacción hombre-máquina que algunas de ellas han dado lugar a batallas científicas, comerciales y jurídicas de proporciones mundiales, en relación con la interfaz de usuario, como el famoso pleito que enfrentó a «Apple» contra «Microsoft» a causa de la supuesta copia por parte de esta segunda del escritorio de la primera.
A día de hoy una de las razones más importantes por las que un usuario se decanta por un dispositivo o programa es por la usabilidad o atractivo de su interface, es decir, por la forma en que interactua con él. Dispositivos táctiles, con o sin ratón o trackpad, proliferan en el mercado y los ingenieros informáticos y de software se esfuerzan por conseguir los mejores productos en términos de usabilidad, diseño, atractivo y ergonomía.
Por eso llama la atención que uno de los problemas capitales que padecen las administraciones, en especial la administración de justicia, el de su relación con el administrado, no haya sido estudiado con la misma profundidad ni se hayan buscado ni implementado las soluciones que, en cambio, sí se han buscado para la interacción del hombre y la máquina.
Si lo observamos bien, la interfaz que preside la relación administrado-administración sigue siendo la misma que existía hace dos mil años: el mostrador. Había mostradores en Pompeya y mostradores sigue habiendo en nuestros Palacios de Justicia. Parece que a los diseñadores de Palacios de Justicia les encantan los mostradores y, cuanto más abstrusos, incómodos y hostiles al usuario mejor.
Ciertamente la administración, con su poder, no necesita hacerse atractiva para el ciudadano. Poco importa si la interacción hombre-administración es compleja o irritante, la fuerza de la coerción impone el uso de sus interfaces por ridículos, obsoletos o demenciales que estos sean.
No necesito ponerles ejemplos, basta con que acudan ustedes a cualquier Palacio de Justicia, podrán encontrar interfaces tan absurdas y ofensivas como los mostradores de los juzgados de la Comunidad Valenciana o edficios tan absolutamente anti-intuitivos como el Palacio de Justicia de Cartagena.
Seguro que esa es la explicación de los mostradores que hay en los registros de la propiedad, por lo menos los de Murcia, en los que estuve la semana pasada: la percepción del poder que tiene de sí mismo el registrador.
¿Para qué va a cambiar un cutre-mostrador desportillado de alrededor de 30/40 años si, de todas formas, si estás en su zona – como con los antiguos señores feudales – hay que ir a morir allí?
A lo mejor es una forma de incentivar que no volvamos, aunque sea para evitar el riesgo de quedarnos pegados o clavados al mostrador, y que lo resolvamos todo en su portal virtual; o tal vez, consciente o inconscientemente, están anticipando su desaparición.
No lo se, pero sí que da sensación de algo caduco, por desaparecer, solo falta ponerle manguitos al que está al otro lado.
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