Los estados crearon una red de bibliotecas públicas para que sus ciudadanos pudiesen leer, pues consideraban la instrucción pública un valor superior a los «derechos» de los autores y editores. Incluso obligaron a todos los autores que publicaban a depositar una serie de ejemplares de su obra en determinadas bibliotecas como requisito para poder imprimir y vender libros: el depósito legal. Ahora, gracias a la red, el público en general dispone de una biblioteca al alcance de sus dedos y puede descargar gratuitamente libros. ¿Qué diferencia hay entre ir a leer a una biblioteca pública o descargar de la red? ¿Descargarse gratuitamente libros de la red es una conducta poco ética?
Es un axioma correcto e inapelable que «Lo bueno sería que los textos lleguen al mayor número de personas posible»; sin embargo, acto seguido, se plantea la segunda pregunta crucial: ¿a qué precio?.
Evidente resulta que ése precio no hace referencia al precio de la distribución (que en el caso de la distribución electrónica es insignificante) sino a la cuestión de lo que podemos llamar la «voluntad del creador» o, dicho de otra forma, los «derechos del autor».
Y éste es el segundo punto nuclear del debate ¿hasta donde deben llegar los derechos de los autores? y es sobre esta cuestión sobre la que, entiendo, debemos reflexionar sin dejarnos llevar por prejuicios ni por estereotipos sobre lo que nos resulta más común o conocido, ya que los cambios tecnológicos en el campo de las tecnologías de la información han determinado cambios radicales en el alcance que han tenido en cada momento histórico los «derechos de autor».
Hoy tengo poco tiempo para escribir pero dejo algunas preguntas:
¿Alguien sabe qué derechos de autor creían tener sobre su obra Homero, Platón, Esquilo, Virgilio y todos los demas autores previos a la invención de la imprenta? ¿Alguno ha buceado en la historia para averiguar si ellos consideraban normal y natural percibir una cantidad por cada copia de su obra que se hiciese? Y si así era ¿hasta cuantos años después de escrito el libro?. Si resulta que para tales autores percibir dinero de las copias de sus obras no era ni natural ni normal quizá deberíamos dejar de asumir con tanta naturalidad el copyright y entender que ellos, como los miembros de militeraturas en una encuesta reciente, preferían publicar gratis a no publicar o no buscaban el dinero publicando.
Sería bueno reflexionar sobre esta cuestión y sobre el hecho de que, hasta que no se inventó la imprenta (una revolución tecnológica de la información), no apareció regulación alguna del derecho de copia ni se concibió la literatura como negocio, y es bueno que reflexionemos sobre la evolución tecnológica que supuso la imprenta porque puede ser que una nueva revolución tecnológica (internet) nos obligue nuevamente a cambiar nuestros conceptos de lo justo y lo injusto en el campo de los derechos de autor.
Para finalizar por hoy dejo dos apuntes:
1ª. Las más importantes regulaciones de los derechos de autor tras la invención de la imprenta (por ejemplo el Estatuto de Ana en Inglaterra o la Novísima Recopilación en España o la Constitución de los Estados Unidos y las leyes posteriores que desarrollan los derechos de autor en aquel país) tenían como fin fomentar la creación literaria y para ello incentivaban a los autores reconociéndoles regalías y derechos, pero colocando siempre por encima del derecho de los autores el bien público del cual y para el cual nace cualquier derecho que tenga el autor.
2ª. Ninguna de dichas concesiones alcanzó el disparatado plazo legal que hoy tienen los derechos de autor.
Internet es una revolución tecnológica superior a la imprenta y ha permitido que el mito de la Biblioteca de Alejandría esté al alcance de los internautas pues el acceso a todos los libros que en el mundo han sido hoy es perfectamente posible ¿qué precio deberemos pagar a los autores para que tal escenario sea posible?
Una boutade finalmente: Las cosas verdaderamente importantes no generan derechos de autor: ¿Alguien imagina a Einstein solicitando derechos de autor a quienes usasen de su teoría de la relatividad?
Hola Jose. Me sorprende la lectura de tu texto, que comparto plenamente por cierto, porque hace escasos días defendía yo, ignorante del derecho y sus argumentos, la postura que tu señalas, y además en términos prácticamente idénticos.
Jajaja…..enla boutade final….yo sustituía a Einstein por Newton y a la Relatividad por la Gravedad….curioso.
Un abrazo Jose
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Perdona que siga…pero es que he ido a leer lo que había escrito al respecto y se me había escapado una cosa que….puedo enlazar con tu otro articulo sobre la propiedad de la escultura….y es que….
Si hay dilema en el caso de la escultura y el marmol….por qué no se platea el mismo dilema en el caso de las obras literarias (de todo tipo) y la propiedad de las palabras….?
De quien son propiedad las palabras de cada idioma?
El resultado de un ordenamiento, una rima…etc…puede erigirse en propietario de un bien común…o «Procomún» (lo acabo de aprender en otro de tus artículos)?
Paga el ordenante por el uso de esas palabras…para hacerlas de su propiedad?
No sé, tal vez esté haciendo elucubraciones absurdas, ya dije que no entiendo de derecho, pero bueno…a mi me dan materia para mis razonamientos, con eso me conformo, es una forma de gimnasia mental.
Un abrazo fuerte
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Has dado en la tecla, mi intención al plantear la cuestión de la escultura es suscitar justo el tipo de cuestiones que tú planteas. Por lo que respecta a la propiedad de los libros es gracioso comprobar que para un autor sagrado para el derecho como es Gayo (en sus Instituta estudiaron generaciones y generaciones de juristas) la propiedad de la escultura correspondía al dueño del mármol y, siguiendo el mismo razonamiento, y, literalmente dice:
«77. Por la misma razón está admitido que lo escrito sobre mi papel o mi pergamino, aunque la escritura sea de letras de oro, me pertenezca, porque la escritura cede al papel o al pergamino.»
— Gayo: Instituta.
La realidad es que el derecho, a lo largo de los años, no ha sabido solucionar debidamente las cuestiones referidas a la posesión o transmisión de la información. Me alegro de haber suscitado tus dudas, es justo lo que me proponía hacer y no sabía si había conseguido. Muchas gracias.
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